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Entre los discípulos de Cristo, estaba representada toda la sociedad de su tiempo: le seguían lo mismo las gentes del pueblo que los hombres influyentes. Con frecuencia os he hecho fijar la atención en aquellos dos discípulos: Nicodemo, doctor de la ley y hombre principal –miembro del sinedrio tal vez– y José de Arimatea, rico, de la aristocracia laica del supremo tribunal de Jerusalén. Actuaban discreta y calladamente, firmes en la vida pública a los imperativos de su conciencia29, y valientes y audaces, a cara descubierta, en la hora difícil30. Siempre he pensado –y os lo he dicho– que estos dos varones comprenderían muy bien, si viviesen hoy, la vocación de los Supernumerarios del Opus Dei.

Lo mismo que entre los primeros seguidores de Cristo, en nuestros Supernumerarios está presente toda la sociedad actual, y lo estará la de siempre: intelectuales y hombres de negocios; profesionales y artesanos; empresarios y obreros; gentes de la diplomacia, del comercio, del campo, de las finanzas y de las letras; periodistas, hombres del teatro, del cine y del circo, deportistas. Jóvenes y ancianos. Sanos y enfermos. Una organización desorganizada, como la vida misma, maravillosa; especialización verdadera y auténtica del apostolado, porque todas las vocaciones humanas –limpias, dignas– se hacen apostólicas, divinas.

Nos interesan gentes que procedan de todas las profesiones y oficios, de todas las condiciones sociales, de las situaciones más diversas, que se dan o puedan darse, en ese entretejido de mutuos servicios que es la sociedad humana: porque todo ese conjunto de interrelaciones vivas ha de ser penetrado por el fermento de Cristo.

Notas
29

Cfr. Lc 23,50-51.

30

Cfr. Mc 15,43; Jn 19,39.

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